martes, 8 de febrero de 2011
Cuando las cifras tienen rostros
Latinoamérica es una de las regiones más desiguales del mundo. Eso dicen los informes sobre el estado social y económico global. Los economistas miden la desigualdad en los ingresos con el coeficiente de Gini en donde 0 es la perfecta igualdad (todos tienen el mismo ingreso) y 1 es la perfecta desigualdad (una persona tiene todos los ingresos y los demás ninguno).
El Salvador, mi país, es uno de los más desiguales de latinoamérica con el o.52 Gini para 2007, según el PNUD. Una de las imágenes más elocuentes que vemos quienes habitamos San Salvador es una zona residencial de familias de ingresos altos o medios conviviendo con una comunidad pobre (o asentamientos urbanos precarios, como los llama el PNUD). La pobreza y la riqueza económica conviven así, sin vergüenzas ni remordimientos. De tan cotidiana, la imagen pareciera natural. Pero, sabemos que no es natural. No es natural porque ese mismo índice ha ido creciendo, no solo en países como el mío, sino en los industrializados (como los conocí cuando estudié bachillerato).
Hace un par de semanas, The Economist dedicó un reporte especial a la élite global y la desigualdad apareció en el análisis. Según el informe, en todos los países con economías fuertes, ha crecido el índice de Gini: Estados Unidos pasó de 0.34 en 1980 a 0.38 en 2006. Alemania, de 0.26 a 0.3. El país que ha incrementado mas los niveles de desigualdad es China: pasó de 0.28 a 0.4. La excepción de esta tendencia es Brasil que hizo, en los últimos dos períodos de gobierno, una fuerte inversión social a la par de una apuesta por aprovechar las condiciones económicas mundiales para generar ingresos. Sorprendentemente, dice el informe, en términos globales, la desigualdad ha bajado para el mismo período de 0.66 a 0.61. La explicación que da The Economist es que los países pobres, como China, han crecido más rápido que los ricos. Con esa misma velocidad, en esos países, ha ido creciendo la brecha entre los que cada día tienen más y los que tienen menos.
El año pasado, esta misma revista publicó un comentario sobre el debate que provocó el libro "The Spirit level: Why Equality is Better for Everyone". En él comentaban las reacciones contrapuestas que generó el libro y el imposible consenso sobre la manera de ver la desigualdad en las sociedades. Cuando leí el comentario de la revista, confirmé lo que en mi país vemos todos los días: los que tienen siempre quieren más y más y más. Los autores, Richard Wilkinson y Kate Pickett comparan índices de violencia, mortalidad infantil, obesidad y sobrepeso, desigualdades de género, embarazo adolescente, problemas de salud mental y concluyen que los países más equitativos funcionan mejor y son más innovadores como sociedad. Suecia es ejemplo de condiciones más equitativas entre su población.
Pese a la evidencia, los detractores señalan una serie de críticas a las conclusiones del libro: cuestionan la correlación entre desigualdad y los problemas sociales que los autores exponen; relacionan el aumento de las tasas de homicidio más a la permisividad y acceso a las armas que a la inequidad; enfatizan los datos atípicos (outlier) como distorsionadores. Críticas que aumentan el debate sobre este tema y muestra, por el ruido que causa, lo clave que es para entender el mundo de hoy. En la edición de esta semana, The Economist publica una carta de los autores en los que responden a estas críticas. También The Equality Trust discute ampliamente el tema y ofrece diversos materiales que pueden ser de utilidad para entender esta realidad tan compleja.
Yo comparto la visión de los autores del libro, no sólo por la evidencia de los datos, sino porque estos cobran rostros y escenas en mi país. La distribución de los ingresos en El Salvador nunca ha tenido datos optimistas. En los últimos años hemos visto como junto a la creciente brecha económica aumentan las formas de violencia e inseguridad. Así como la sabiduría popular dice: "no le pidamos peras al olmo", yo creo que no podemos esperar una mejor sociedad si hay pocos ganadores que ostentan de las maneras más vistozas su poder frente a otro grupo cada vez más grande que no sabe si mañana tendrá algo en la mesa, pero quiere ser y tener como ese que le enseña lo que la riqueza compra. También creo que por el esfuerzo de nuestro trabajo deberíamos poder vivir bien, sin que la indolencia por el otro sea la garantía para tener más y más y más. Ojalá no sea tarde para revertir la tendencia que separa a los unos de los otros. Ojalá seamos creativos y hagamos que un mundo menos indolente sea posible.
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